El anfiteatro Nuryn Sanlley

Por: Joseph Caceres
Periodista

El dominicano es un pueblo alegre, por idiosincracia y naturaleza, verificable en el hecho de que hasta a los momentos más difíciles o enfrentado a dificultades es capaz de articular acciones graciosas y divertidas que permiten a la gente aligerar y llevar mejor las cargas.

La alegría del dominicano es proverbial, aún cuando a veces se cae en el extremo de la "bullanguería", lo cual de todos modos es preferible al carácter aburrido, metódico y cerrado de gente de algunas naciones.

Estando en Lisboa, participando en un festival de canciones, en las actividades sociales la gente participante de otros países querían estar donde estaba el grupo de los dominicanos, donde había risa, alegría, cuentos, chistes, anécdotas y una celebración permanente y contagiante.

Es lo que nos peculiariza en el trato con los turistas y visitantes que llegan al país, y que siempre elogian la alegría del dominicano.

Esa alegría es una marca país, que no entendemos como algunos aburridos de la vida pretenden quitarnos.
Los aburridos de la vida no cesan en su afán de estigmatizar el entretenimiento, que aunque sea sano lo quieren etiquetar como si fuera una actividad perniciosa y  pecaminosa.
Es lo que explica la campaña permanente en contra de las operaciones del anfiteatro Nuryn Sanlley, que tan buena y sana diversión y entretenimiento le lleva a la gente, convertido además en un lugar de trabajo para el artista dominicano.

¿Ruido?. Habría que ver quienes en verdad son los que están haciendo ruido con el tema.