SONAJERO: Domingo

Por: Grisbel Medina R.

Era domingo y luego del desayuno llegó un hombre que con tal de ganarse el pan honrado no conoce feriados. Es joven y herrero.
La disposición de instalar la puerta la pospuso brevemente para saborear –por invitación del cliente- una yuca sabrosa coronada de queso y revoltillo de huevos con arenque.
A cumplir el compromiso dominical le acompañó su esposa, joven como él y su hijo, un niño piel canela de mirada escudriñadora.
Familia bonita pensé al verles compartiendo la mesa.
Los domingos tienen encantos especiales. En mi caso los adoro silenciosos y si me abrazo al volante siento que sus horas se extienden visitando lugares.
Ese domingo descubrí más que el amor entre los helechos y las flores de Jarabacoa. A la impresionante quietud del convento de los monjes Cistercienses, le sumé la hermosísima imagen de la esposa del herrador acompañándolo en la labor de sostener y moldear el hierro. No solo fungía como ayudante sino que reflejaba sentirse a gusto de respaldarle en la función que contribuye al sustento del hogar.
En él se divisaba un hombre laborioso y respetuoso de su familia. Al mirarla la amaba con el lenguaje especial y destellante de las pupilas.
Una vez escuché que cualquier hombre podía acariciar apropiadamente una mujer, pero que lo más importante era lo que venía después del beso, o sea, el comportamiento masculino posterior a calentar las sábanas. 
En el herrero y su esposa habita una pareja que conjuga el amor en las facetas de admiración, acompañamiento, ternura, solidaridad.
En temas de pareja y matrimonio suelo opinar poco. No es frustración, digamos que es respeto por algo que considero serio y delicado. Pero, si por alguna razón yo había perdido la fe, ese domingo la recuperé.