Wonderland en Boston le quedó chiquito al Torito

Por: Joseph Caceres

Héctor Acosta (El Torito) continua demostrando su estirpe de artista inagotable en cualquier lugar y escenario en que le toque lidiar con el público, sin importar distancia, orígenes y nacionalidades.

Lo demostró anoche al abarrotar el amplio local del Wonderland Club de Boston, donde desde temprano la gente hizo fila para no perder la actuación de este singular artista que es capaz de crecer en valoración y estima en cada ocasión en que le corresponda presentar sus credenciales.

La de anoche en Boston no fue más que una ampliación de la cadena de éxitos en que fundamenta su carrera, la cual viene de llenos totales en los principales teatros del país con su concierto un Bohemio Cibaeño, y que se replica en importantes escenarios  no habituales para cualquier orquesta de su mismo género.

Pocas orquestas criollas del género manifiestan una capacidad tan sólida de poner de relieve un poder de convocatoria tan consistente  como la de este artista, que cumple décadas subido en la cresta de la preferencia de un público eterogeneo, diverso, distinto y diferente, lo cual se traduce en una permanente avalancha que en forma nodal acredita su popularidad y preferencia.

Con un día de antelación tenía ya agotadas toda la boletería de este gran salón, que sólo lo anunciaba a él, y que se llenó básicamente de centro y suramericanos que se han erigido en diletantes y fervientes seguidores de la música de Héctor Acosta, para convertirle en uno de los artistas criollos más exitosos en ese conglomerado.

La gente se aglomera, hace fila y paga lo que sea para disfrutar de la música de El Torito, como se puede verificar en las gráficas y fílmicas que acompañan la presente publicación, las cuales hablan por si solas.

En cada canción de amor o desamor El Torito convoca al requiebro del sentimiento, permeando emociones colectivas que la gente canta a coro con el artista en una evidente sintonía con los éxitos de su extenso y amplio repertorio.

Se pudiera establecer una dicotomía entre El Torito merenguero y el bachatero.

Porque si bien es cierto que el público se lo vacila y disfruta en merengue, cuando llega en el rol de la bachata el entusiasmo y la preferencia se incrementa, evidencia ello de la plusvalía alcanzada desde el momento en que este artista logró el exitoso crossover hacia el género de amargue, sin dejar por ello de ser merenguero.

El público es el que pauta preferencias, después de todo, y parece no equivocarse cuando estable un órden de afectos y apetencias en lo que a música se refiere.