Decidí escapar del bullicio y estrés de la ciudad de Santiago, tomé carretera rumbo a la histórica Línea Noroeste. Después de pasar por Villa Vázquez vi el dromedario dormido fue entonces cuando entendí que mi ruta terminaba en Montecristi.
Me senté detrás del zapato que da ese nombre a la playa, el Sol comenzaba a ponerse y el Cielo se vestía de oro, un resplandor rojizo a su paso dejaban las nubes, el crepúsculo se convertía en manto sagrado.
Dios el artífice de tanta belleza bordaba el Cielo con hilos dorados. Una musa venia con el vaivén de las olas y como tú no estabas, ella, mi musa inspiradora me trajo el recuerdo de la tibieza de tus besos.
De carmín se pintaba el momento y en mis adentros la necesidad de hacerlo eterna realidad, un duende trepaba por mi silencio y la melodía del viento con el Mar me embriagaba de amor y felicidad.
Las olas baten la orilla y mis pies descalzos buscan ese contacto, era el ocaso del Sol, moría para nacer de nuevo y con él se iba la agonía de un día. La magia estaba frente a mí, nubes de varios colores se abrazaban a lo lejos donde el Mar y el Cielo se unían en un beso.
Mi Corazón navegaba hasta allá no quería perderme un segundo del maravilloso espectáculo natural .Envuelto en quimeras recibí la nostalgia por lo que quise y no pudo ser, por lo que luché y no alcancé, pero rápido Salí de ese caracol siguiendo el trazo genial de la belleza.
El Morro ya dormía y yo pedí alas a la vida para volar hasta el Dromedario y desde su altura elevarme flotando entre emociones y sensaciones de libertad, antes de que la Aurora en complicidad con el Alba venciera la noche apuntando el amanecer.
Ahora que se ha ido la tarde me enamoro de una Estrella a la que puse tu nombre en noche montecristeña, la Luna con su luz ilumina la oscuridad, tiempo de regresar y agradecer al creador el privilegio permitido de ver otra puesta de Sol en Montecristi
Autor Miguel De Jesús
Comunicador y Abogado Dominicano