Por:Grisbel Medina R.
El
cuerpo de una mujer -rubia sobre todo- es la banda de adorno público
que se ciñe un hombre con poder político o económico. ‘Si es linda, pues
la quiero, es mía’, me parece escucharles decir.
Si
estoy en conflicto, enfrento un gobierno y estoy convencido de que la
educación no islámica es pecado, ahí tengo el cuerpo de 200 niñas para
secuestrar, violar y vender. El grupo armado Boko Haram, en Nigeria, se
enorgullece de su barbarie, utilizando como escudo, ya lo saben, el
cuerpo de 200 muchachas.
Si quiero
vender cremas, la belleza ficticia del bisturí, la esclavitud de vivir
sin ojeras, sin canas, sin chichos, sin pliegues ña costa de dolor,
dinero y muerte- invierto en mercadeo, publicidad y labia de la
industria estética y así convenzo a las mujeres de que sus cuerpos son
feos, de que están horribles si no utilizan mis pócimas maravillosas que
devuelven lozanía, sensualidad y juventud.
Si
una mujer decide abandonarme, cansada de maltrato, de soportar mi
ferocidad verbal y el golpe seco de mi puño, entonces yo le saco un
puñal, la hiero 17 veces y huyo por el malecón para que no me atrape un
grupo de hombres indignados y enojados. Este fue el triste caso de la
joven estudiante Patricia P. Núñez López, emboscada por su expareja,
Roque Salvador Rosario, en Puerto Plata, donde le arrebató la vida
frente al Atlántico.
Si soy parte del
Estado, cobro en Salud Pública o me guayo las rodillas en una iglesia,
prefiero aferrarme a estadísticas, rezar Padrenuestros, crear alarma por
la cantidad de adolescentes embarazadas y culparlas porque “las
menorcitas no son fáciles”, en vez de propiciar educación sexual y
encarcelar a los adultos que seducen y violan a niñas y adolescentes,
casi siempre las más pobres entre las pobres. En muchos hogares, por una
ración de comida, padres y madres consienten que hombres de 50, 60 y
hasta 70 años tengan relaciones sexuales con sus hijas.
Si
soy la Justicia, en vez de investigación y cárcel, me dedico a proteger
al mimado Edgar Contreras, el cirujano con más querellas judiciales que
dientes en su boca por las muertes de mujeres después de curcutearlas
con su bisturí. Y así vamos, condenando el cuerpo femenino a ser mío o
de lo contrario, en la tumba, para que no sea de nadie.