Grisbel Medina R.
Periodista
Periodista
El
negocio más rentable debe ser el de confeccionar placas, medallas,
estrellas y trofeos. Las efigies se entregan a dos por chele en el país.
Cada asociación juramentada distingue al saliente por hacer lo que se
supone era su trabajo.
Cada junta de vecinos o club deportivo dedica el
torneo a una figura política o alguien con el poder del dinero donde le
entregan una placa “por sus aportes”. Rara vez se dedica a la honra
silenciosa de gente valiosa y siembra intachable en sus comunidades.
En
el ámbito estatal, el asunto empeora. El hambre por el reconocimiento
alcanza topes inimaginables. Margarita, hoy vicepresidenta, entregó la
máxima medalla recuerdo de qué- a su mismito esposo, en un acto
donde honró a “colaboradores” de su otrora Despacho.
En fecha reciente
la Junta Central Electoral, la misma que grita por más recursos, celebró
una Gala de Reconocimientos, para dar pesadas placas a los mismos
rostros que siempre reciben loas públicas. Es una especie de convenio
interesado y de la porra: me entregas hoy y mañana te distingo ¡Qué
barbaridad!
Y así, con el ejemplo de
Gómez Díaz, a quien le entregan una placa en cada tarima de su circo
musical, asistimos a un círculo viciado por el brillo de medallas y
reconocimiento. Antes, las preseas nacionales y mundiales eran pocas y
de altísimo valor.
El Premio Nobel, el Cervantes, la Palma de Oro en
Cannes, el Oscar, estos últimos del cine. En el país, los galardones de
la Fundación Corripio, el Premio Eduardo León Jimenes, las
condecoraciones del Gobierno y otras de nombradía y respeto. Hoy, los
“premios” y los “reconocimientos” se recogen por sacos, pues cada quien
se da el permiso de instituir emblemas para saciar la debilidad humana
de ser mencionado, ovacionado, exaltado.
Es
de justicia mencionar que la fiebre y el cabildeo por los medallones no
es algo que padecen todos los dominicanos. La gente verdaderamente
trascendente le importa un pito que la mencionen. Una vez, un patronato
agradeció el trabajo voluntario de mi amiga Denny. Ella pidió que la
placa fuese entregada en la discreción del recinto y lejos del flash de
la difusión.
Cuando la condecoración es
fruto de la sorpresa, ponderada por terceros y jamás empujada por el
interesado, vale la pena recibir una flor, un cariño, una insignia fruto
del corazón.
Por el constante hábito
de distinguir le estamos quitando el verdadero valor a lo que debería
ser una luz pública para gente que hace valer el servicio, que lucha por
su país, personas con buenas prácticas empresariales, gente que se
supera, que vence la adversidad. La ambición por sabernos honrados hace
lucrativa la confección de placas y a quienes pasan factura por el
honor.