Por:Grisbel Medina R.
Periodista
Periodista
Hay
gente que ha hecho del miedo una profesión. Más que abogados (con
perdón de los juristas serios) y vividores de la política, son
comegentes, cucos de saliva y odio. Gente que no sé si considerarle tal,
han hecho camino bramando, hiriendo, calumniando y prestándose
históricamente para juntas de terror, correrías inmorales, al macuteo de
cuello blanco con refajo al más alto nivel.
Ser
bocón en este país es un oficio respetado. Bastan unos lentes negros,
escolta de 18 miembros, buenas conexiones palaciegas e intimidar ante
micrófono abierto.
Ser hijo de una
familia bocona no deja más remedio que mantener el pechito en alto por
el orgullo del clan amenazador. ¡Qué mal paga la decencia y el interés
de discutir las cosas en un ambiente de respeto!
El
mensaje recibido es que mientras más grites y propagues turbación, más
posibilidades de éxito tendrás ante el público. Y mayor fama de “come
hombre”, guapo, fuerte. El ejemplo ya lo imitan los señores feudales del
sector San José la Mina en Santiago, quienes sin averiguar mucho-
inventan y crean situaciones para estimular el odio frente a haitianos
hambrientos, considerados enemigos peligrosos.
El
detalle es que las sagradas vacas de la finca bocona no abandonan
privilegios. Escandalizan y embroman la paciencia con los cuartos de
otros. Hablan duro pero comen, viven y se mueven en círculos VIP. Se
enquistan en el Palacio Nacional con el inquilino de turno, manteniendo
una cuota pírrica con un partido político de menos de diez miembros.
Los
presidentes y legisladores le temen porque han aprendido a gobernar el
lenguaje corporal para espantar la concurrencia y desestabilizar
posibles acuerdos, mesas redondas y la sana intención de subsanar
conflictos con el buen diálogo al hombro.
Por
lo regular el bocón es intocable y jamás se equivoca. Su verdad es la
verdad y punto. Nunca se disculpan y es de rigor rendirles pleitesía,
demostrarle sumisión. Me atrevo a soñar un país sin el reino de los
bocones o al menos sin los cargos públicos que a fuerza de saliva y odio
les mantienen encumbrados. Sueño porque por soñar al menos todavía no
pagamos impuesto.