Hace mucho que es un lujo montarse en un coche como se le
llama en Santiago a los artefactos clásicos que nos distinguen
como ciudad, y que antes usábamos popularmente y con
frecuencia para diligencias, como llegar a casa desde una
terminal de carros, o guaguas, cargar las compras de los
almacenes, o del mercado, o simplemente para pasear en
momentos de festejos y celebraciones.
A
veces los estudiantes reunían colectas en grupos y llegaban al
sector; los fines de semana paseaba la familia, o la pareja
por las calles de la ciudad, un andar romántico, el que hasta en
nuestra inmadurez emocional rechazábamos, cuando la ciudad
empezaba a cambiar y nos invadían nuevos estilos y medios de
transporte.
De pronto lo cam-biamos por el carro, y hasta por el
motoconcho, quedando relegado el coche para los novelescos y
como reliquias de carnaval, fiestas y costumbres culturales.
Aún así, siempre ha sido parte querida y sentida de nuestra
idiosincrasia, pionero y testigo del desarrollo de Santiago.
Es
el peso del tiempo lo que ha revelado el silencio del caballo,
en su noble servidumbre con el hombre, que ya no se puede
continuar usándolo como una máquina, o peor, que existen
demasiadas opciones para suplantar su servicio, ofrecido a
costa de su piel. Y por fin, aparece ley de Protección Animal y
Tenencia Responsable, que prohíbe el uso de animales para el
arrastre de carretas u otros vehículos empleados ya sea en la
venta de productos comestibles, como en servicios; una gran
conquista de la casta dominicana.
El
coche, es una semblanza de nuestra ciudad corazón, representa
una de las estampas más simbólicas de la identidad cultural
que caracteriza a la anfitriona del Yaque y del Monumento a
los Héroes de la Restauración. Si se ha de cumplir esa ley, la
carroza de los coches ya no podrá ser tirada por los caballos.
Lo
que implica un cambio en el medio de transporte, que en los
últimos años ha sido dedicado exclusivamente para fines
turísticos de nacionales y extranjeros. A propósito que los
dominicanos residentes en el extranjero en sus visitas
periódicas a la ciudad son los que más lo utilizan en su
rei-terada nostalgia.
Pero
también, este cambio tradicional de la carroza ser remolcada
por caballos, pasar a ser remolcada por un vehículo de motor,
lo más probable y quizás muchos de estos coches van a
desaparecer, o simplemente reducirse a unos cuantos, lo que
es dramático y eminentemente definitivo a partir de lo en
adelante. Todo esto transforma nuestra cotidianidad
citadina.
El
clásico paseo en coche en la ciudad de Santiago peligra,
-porque la ley prohíbe que los caballos sean utilizados tirando
carretas, para evitar maltratos, crueldad y enfermedad al
animal-, y las autoridades de la ciudad, sobre todo, han de
buscar alternativas para garantizar la continuidad de la
tradición, y para que siga siendo la actividad comercial una
fuente de trabajo para los que se dedican a ella.
Por:Claudio Concepción
Periodista